Por: Azcary Ruíz
El primer viernes de octubre tenía que ser, de manera inevitable, una fiesta. De aquellas a las que vas saliendo de la oficina, empapandote de los discos de la banda que significó mucho en los noventas y ahora escuchas con tus hijos. Una velada empalagosa, suave y multicolor. Cantas todas porque todas te las sabes y no puedes negarlo: el miedo quedó atrás porque dos corazones laten en tí. El tuyo y el de Fobia.
Señores y señoras: festejar 30 años ameritaba un pastel.
LLegué temprano al auditorio nacional para poder espiar a las asistentes. No piensen mal de mí, por favor, pues lo único que buscaba era contagiarme de la energía de las fanáticos sin intención de juzgar a ninguno de ellos.
Fotografía: Girasol Triste
Intentaré describir lo que ví:
Para empezar estaba este hombre, rodeado de un grupo de fans, que me provocaba una ternura enorme. Parecía estar llegando al quinto piso, moreno, de baja estatura y un cuerpo redondo. Gritaba eufórico las canciones de la banda en cuestión afuera del recinto y se abrigaba con una playera blanca con letras verdes impresas que presumía su asistencia a un tour de allá por principios de este siglo. Parecía un niño viendo un superhéroe y, en ese instante, sus ojos podrían haber sido los más vivos de todo el mundo. Para mi fortuna, durante el concierto, él se sentó frente a mí.
No puedo mentirles: la mayoría de los asistentes eran aquellos cuya adolescencia fue en la década de 1990. Ya estaban grandes, pues. Era algo de lo más curioso pero no quiero decirles… ¿Como dicen por allí? ¿Chavorucos? Nada de eso. Estos rockeros y rockeras que antecedieron a nuestra generación fueron y son todavía influencia directa de sus hijos. Una pareja, por ejemplo, formada por un hombre calvo, chamarra de piel, con canas en la barba y su mujer de cabello largo y pantalones acampanados llevaban a sus niños en brazos, les comentaban de los primeros discos de Fobia sin que los infantes entendieran algo. Podrían haberse quedado en casa haciendo tarea y mandando correos después de la oficina pero no: fueron a un concierto. Ese amor por la música se hereda.
Fotografía: Girasol Triste
Llega la tercera llamada, todos gritan y empiezan a sonar los éxitos de la agrupación que, a pesar de haber tenido cambios en su alineación en diferentes etapas de su existencia, siguen siendo un sonido obligado. Es casi imposible encontrar a alguien que no sepa la letra de “El Microbito” o “Diablo”. Fueron 30 canciones en un trabajo de curaduría increíble en un viaje a través de la historia de una banda referente del rock en tu idioma. No hubo ningún momento de silencio de parte del público en el auditorio que se presentó a reventar.
Han sido 30 años de muchísima música y pelea contra la censura, es bastante tiempo para una banda que ha mantenido enamorado a su público y ha transgredido las barreras generacionales a través de la poesía e incontables pastelazos. Pero, en el auditorio nacional, a todos nos toca una rebanada del pastel que lleva 30 años cocinándose y, puedo decir sin miedo a equivocarme, que el sabor durará sin importar cuantas décadas pasen. Fobia es el postre de esta vida, de un picnic.
Fotografía: Girasol Triste
Comments